martes, 5 de mayo de 2015

Vuelo interrumpido.

Tenía seis años. Me encontraba en el patio trasero de mi casa, llorando por uno de los tradicionales castigos arbitrarios que solía recibir de mis principales fuentes de amor y seguridad. De pronto, una triste escena era representada frente a mis ojos. Una mariposa salía de su crisálida, pero mientras una de sus alas se erguía orgullosa, la otra parecía atrofiada y oscura. 

Quise ayudarla. Tuve tantas ganas de que volara que extendí su ala pequeña para que pudiese elevarse y huir.

Me quedé con polvillo naranja entre mis dedos. Segundos después, me obligaban a entrar a casa para una nueva paliza. Nunca más supe de la mariposa.

Hoy, casi treinta años después de aquel incidente, vi un vídeo sobre el nacimiento de otra mariposa. Al salir de la crisálida, sus alas también eran negras, y a los pocos minutos se extendieron de forma natural y le permitieron emprender su vuelo.

Al parecer, debí dejarla, jamás debí tocarla para apurar su huida.
Al parecer, no logré volar.

jueves, 22 de enero de 2015

KaRMa... y GRaNDeS eSPeRaNZaS...

Y sí, creo que así lo llamaría, karma.



Es al ritmo de Pink Floyd (quién otro, si no), que me pongo a reflexionar y a soñar.

En torno a mi pasado.
En torno a mi familia.
En torno a mi presente...

...y pienso en el porvenir.

Mi pasado y mi familia están poderosísimamente ligados. No puedo recordar un hecho trascendente de mi pasado sin que los míos no estén involucrados, directa o indirectamente. Y siempre resulta, cada acción, en una marca determinante en mi memoria y mi carácter.

Por pudor, no me podría referir a cada cosa en detalle (pudor, en el sentido de un recato que no necesariamente apuntará a lo sexual, sino simplemente a cosas que no podría abrir al lector aquí presente sin al menos conocer su nombre, RUT y la mitad de su vida, incluyendo los que le causen pudor -en el mismo sentido que doy a la palabra- a ud, señor/ita), pero sí en una panorámica general, a hechos que significaron un recodo real en la ruta de mi vida.

Y se me viene a la mente la escapada de mi casa. No era niña ni adolescente; tenía 22 años recién cumplidos. Estudiaba gratis en una universidad de prestigio, becada gracias a las maravillosas notas que mi madre me enseñó a tener (tal vez no de la mejor manera, pero es algo que no dejo de agradecerle). Era extremadamente responsable con mis tareas familiares, siempre cumplía, no respondía mal, no llegaba tarde ni hacía absolutamente nada que pudiera incomodarles (conducta irreprochable que tampoco me enseñaron de la mejor forma, pero que finalmente aprendí). Y fue tal vez gracias a ello, a ese deseo pertinaz de convertirme en una hija modelo, que reprimí(eron) muchísimas cosas en mí, y finalmente un día, tras una de las muchísimas sanciones gratuitas producto de no hacer algo perfecto, desperté.

- Mamá, me voy de la casa esta semana.
- Seguro que te vas a ir...
- Sí, mamá, me voy a ir. Sabes que cuando digo algo, no es porque sí. Me voy antes del próximo sábado.
- Bueno, si te vas, te llevas solo lo que te has comprado tú y lo que te han regalado otras personas. No llevas nada de lo que yo te haya dado.

Lo sabía. Era sábado.

El miércoles de la siguiente semana, por la noche, hice una mochila y un bolso de mano con toda la ropa que tenía (no se necesitaba más para cumplir con el requerimiento que mi madre me había solicitado), y un jueves 31 de marzo, a las 8 am y tras verificar que mi madre se había ido a trabajar, me fui de mi casa.

Fue duro. Fue duro hablarles (cada vez que me comuniqué, me cortaban la llamada, y la única vez que logré escuchar palabras de mi madre, fue cuando me dijo que fuera a buscar lo antes posible el resto de mis cosas, porque estaban embaladas). Fue duro vivir y sobrevivir (era otoño y mi ropa era principalmente de primavera-verano; y tenía una beca de trabajo en la universidad, que me permitía recibir 60.000 mensuales, con lo que pagaba un arriendo sencillo, mi pasaje y mi alimentación). Fue duro sentirme sola (no tiene usted idea, distinguido lector, del increíble valor que tiene un beso en la frente); y sin embargo, era libre. Era libre de decidir ser buena, y no ser obligada a serlo. Era libre de juicios (aunque en el sitio que dejé ya había sido condenada al destierro y a una cantidad infinita de juicios). Era libre y estaba sola. Sola, pero libre. No era feliz, pero, y aunque parezca paradójico (irónico-sarcástico), me sentía mejor que ahí, que en el hogar (no puedo pensar en esto sin que se me haga un nudo en la garganta). El karma había caído con el concepto de confianza.

Y cometí errores. Muchos, cientos, tal vez miles. Siempre los cometí, y como siempre me enseñaron a reprimir todo, nunca supe cómo resolverlos. Y error tras error, caía de nuevo. Mi karma fue cada consecuencia (merecida) de esos errores. La partida de mi madre tras nuestra reconciliación fue un karma para su vida que por un buen tiempo confundí con uno para la mía. Y luego de una sorprendente cantidad de caídas sin levantar, experimenté la mayor de todas: Una soledad y una mirada absolutamente nueva (destruida) de todo aquello en lo que creí: la pérdida de gente de confianza, de un gran "¿amor?", de mi trabajo, en fin... de todo aquello sobre lo cual me construí y confié. Nunca me sentí tan oscura, podrida y triste como entonces. Era como haber salido de un pozo de alquitrán, y haber descubierto solo al salir que estuve ahí por años, ciega a todo. Mi karma por mi tremenda y absurda ingenuidad.

Y en ese extremo de dolor, mi madre no estaba. Aquella de la que huí, por la cual me formé ("por", entendido como causa, y también como objetivo... yo era para ella, hasta que salí de mi casa), aquella que me enseñó, para bien o para mal, cómo vivir... Aquella por la que hoy estoy aquí, escribiendo estas líneas, sin dejar de recordarla. Aquella que, por su karma o el mío, se fue, y ya no volverá más.

Soledad. Oscuridad. Tristeza. Dolor. Era tanto el dolor, que ni siquiera podía llorar...



Fue tras esa caída/abismo/catarsis, que vino la epifanía. Construí un conocimiento que no se me había enseñado... Y decidí comenzar de nuevo. Ése, justamente ése, fue mi aprendizaje, mi claridad y mi perfección (apelo ahí a Siddharta, quien siempre que buscó, no encontró; y que finalmente, encontró tras no buscar más): Se puede comenzar de nuevo, se puede escoger ser feliz. Y para eso estoy yo, para hacerme feliz =)

No había dolor, de eso mi propio proceso mente-cuerpo se había encargado, tampoco tristeza ni nostalgia. Tampoco alegrías ¡Las condiciones estaban dadas, y eso era maravilloso! No había absolutamente nada, y por lo mismo, tampoco nada que perder. Solo había grandes esperanzas.

Y tras esa claridad desapegada de cualquier sentimiento, empecé a vivir sin mirar atrás, para no ser sal ni Penélope, y sobre todo, para no tropezar mientras avanzaba. Anduve con claridad y confianza. ¿Errores? Seguí cometiendo, pero consciente de mi capacidad para rehacerme (y disculparme) cada vez que fuera necesario. Estaba viva, tal vez por primera vez en toda mi vida... y era momento de recibir las cosas bellas por las que me había convertido en el ser que era. Con errores a mi haber, pero con aprendizaje e inmensas ganas de vivir a mi favor.

¿El resto de la historia? Muchos la conocen. Se fue el alquitrán con todo lo malo... y yo vivo en transparencia y amor (como soñé toda mi vida). ¿Pero saben lo más importante?

Vivo, y volveré a vivir, cada vez que sea necesario =)

Autobiográficamente,
M.

A meta approximation to a Schrödinger's heartbreak.

For a long time, I thought about writing down your effect on me, and the recurrent image was the effect of the Moon over the sea, or Tides. ...